En primera instancia, la santificación se revela a través de la expresión del nombre que una persona ha recibido como hijo de Dios. Por supuesto, no nos estamos refiriendo al nombre que recibieron de sus padres cuando eran bebés. El nombre de toda persona en la historia fue discutido por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y se registró en el libro de la vida, antes de la creación de los cielos y la tierra. Este nombre define todo lo que Dios planeó que fueran así como las obras que debían hacer como hijos de Dios. El rey David describió los pensamientos de Dios con respecto al nombre de una persona como “más que la arena”.
Una persona recibe su nombre por la gracia del Padre cuando nace de arriba a través de la semilla incorruptible de la palabra de Dios que vive y permanece. Inherente al nombre de una persona es la propiedad de su identidad y la autoridad para expresar su filiación con el Padre. Esta autoridad no es su nombre sino el mandato de hacer las obras que corresponden a el nombre de su filiación. Al respecto, recordamos las palabras de Jesús, quien dijo a sus discípulos: “Miren, les he dado autoridad para pisotear sobre serpientes y escorpiones, y sobre todo el poder del enemigo, y nada les hará daño. Sin embargo, no se regocijen en esto, de que los espíritus se les sometan, sino regocíjense de que sus nombres están escritos en los cielos.”
La autoridad del nombre de una persona se tipifica en una de las parábolas de Jesús como una mina. Él enseñó que “Cierto hombre de familia noble fue a un país lejano a recibir un reino para sí y después volver. Llamando a diez de sus siervos, les repartió diez 10 minas (salario de unos mil días) y les dijo: ‘Negocien con esto hasta que yo regrese’.” La recompensa por multiplicar la mina, la cual cada esclavo había recibido en igual medida, fue la autoridad sobre las ciudades en los nuevos cielos y la nueva tierra.
Estudio: Lucas 19
Referencias
Flp 4: 3 En verdad, fiel compañero, también te ruego que ayudes a estas mujeres que han compartido mis luchas en la causa del evangelio, junto con Clemente y los demás colaboradores míos, cuyos nombres están en el Libro de la Vida.
Sal 139: 17-18 ¡Cuán preciosos también son para mí, oh Dios, Tus pensamientos! ¡Cuán inmensa es la suma de ellos! (18) Si los contara, serían más que la arena; Al despertar aún estoy contigo.
Luc 10: 19-20 “Miren, les he dado autoridad para pisotear sobre serpientes y escorpiones, y sobre todo el poder del enemigo, y nada les hará daño. (20) “Sin embargo, no se regocijen en esto, de que los espíritus se les sometan, sino regocíjense de que sus nombres están escritos en los cielos.”
1Pe 1:22-23 Puesto que en obediencia a la verdad ustedes han purificado sus almas para un amor sincero de hermanos, ámense unos a otros entrañablemente, de corazón puro. (23) Pues han nacido de nuevo, no de una simiente corruptible, sino de una que es incorruptible, es decir, mediante la palabra de Dios que vive y permanece.
Heb 13:5-6 Sea el carácter de ustedes sin avaricia, contentos con lo que tienen, porque El mismo ha dicho: “NUNCA TE DEJARE NI TE DESAMPARARE,” (6) de manera que decimos confiadamente: “EL SEÑOR ES EL QUE ME AYUDA; NO TEMERE. ¿QUE PODRA HACERME EL HOMBRE?”