Cristo nos confronta con Su rostro desfigurado y como el Cordero de Dios. Él establece el terreno para la adoración entre estos dos elementos de Su ofrenda. El espíritu de gracia y súplica que nos es dado, nos permite adorar en Espíritu y en verdad. La verdad es la realidad de quién es Él y quiénes fuimos creados para ser. Las Escrituras llaman a esto nuestra santificación. No somos la fuente de esta verdad y debemos, por lo tanto, recibirla del Señor. Al ser liberados de la mentira de nuestra propia imagen y proyecciones, podemos encontrarnos con otros y adorar en Espíritu y en verdad.
Cristo toma nuestro pecado sobre Sí mismo y nos invita a unirnos a la comunión de Sus sufrimientos, para que Su justicia nos sea dada. Este es el principio de la ‘transferencia de ofrenda’. A medida que seguimos encontrándonos con Él cara a cara, tanto como nuestra ofrenda vicaria así como el Cordero de Dios, vemos cada vez más Su rostro resplandeciente como el sol en su claridad, y Sus vestiduras blancas como la luz. Verlo de esta manera revela que estamos siendo cambiados de gloria en gloria, a la imagen de Su filiación .
La luz de la gloria que brilla en el rostro de Cristo nos está siendo dada a medida que recibimos Su palabra y caminamos en Su camino. El apóstol Juan dijo que, si continuamos caminando en este camino de filiación del que Cristo ha sido pionero por nosotros, cuando el Hijo del hombre se revele en Su gloria, seremos semejantes a Él , porque lo veremos tal y como Él es. Juan señaló además que todos los que tienen esta esperanza se purifican a sí mismos, así como Cristo es puro. Ellos voluntariamente se unen a la comunión del sufrimiento de Cristo en el conocimiento de que el que sufre en la carne ha cesado de pecar. Además, están seguros de que, al sufrir con Cristo, están siendo glorificados con Él, y están obteniendo la herencia eterna de la filiación que Dios predestinó para ellos.
Estudio: Romanos 6
Referencias
Jua 1:29 Al día siguiente Juan vio a Jesús que venía hacia él, y dijo: “Ahí está el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Jua 4:24 “Dios es espíritu, y los que Lo adoran deben adorar en espíritu y en verdad.”
2Co 3:18 Pero todos nosotros, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, estamos siendo transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Señor, el Espíritu.
1Jn 3:2-3 Amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que habremos de ser. Pero sabemos que cuando Cristo se manifieste, seremos semejantes a El, porque Lo veremos como El es. (3) Y todo el que tiene esta esperanza puesta en El, se purifica, así como El es puro.
1Pe 4:1 Por tanto, puesto que Cristo ha padecido en la carne, ármense también ustedes con el mismo propósito, pues quien ha padecido en la carne ha terminado con el pecado,
Rom 8:16-17 El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. (17) Y si somos hijos, somos también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si en verdad padecemos con El a fin de que también seamos glorificados con El .